25 de diciembre de 2007

Meditaciones

Primera meditación.- El domingo pasado al caer la tarde tuve una revelación. De pronto comprendí que la perfección era posible. Es una opción sencilla que se esconde en el fondo del congelador. Me explico: La mujer perfecta es aquella que por arte de magia, o como si estuviera programada, asocia el domingo noche con sacar los congelados para el lunes. Para ser precisos, pimientos rellenos de atún. De pronto la cara se me iluminó. ¡La vida era maravillosa! ¡Se acabó el soltar como un resorte el teclado del ordenador ante el susto tremendo de ver las dos del mediodía en el reloj y la comida hecha un findus!

Segunda meditación.- La tarde del martes contemplaba con desolación que la bandeja de pimientos rellenos de atún estaba perfectamente descongelada, pero seguía quieta en la nevera esperando un alma caritativa que le hincara el diente. Y entonces lo comprendí. ¿De que me había servido tanta previsión? ¿Cómo una mujer perfecta no había adivinado que el plan de la semana se iría al traste? ¿Como no había previsto que nadie comería ni el lunes ni el martes en casa?

Tercera meditación.- Agarré la bandeja y al grito de ¡así me dé un cólico miserere! me la comí de una sentada. Era mi venganza. Al carajo con la perfección. Con el amor me pasa lo mismo que con los pimientos, como mejor está es congelado. Así ni sientes ni padeces. Por esta misma lógica aplastante, si calientas la cama, te acuestas sola; si compras una botella de champagne de forma inesperada, te la bebes sola; y si va de cena con velitas para dos, que diría mi inalcanzable Sabina, eso, ni lo escribo de puro obvio.

Estas cosas tan trascendentes iban unidas en cadena. Como en una borrachera de imágenes, veía el tampón del champagne saltando por el aire, y entonces comprendía que lo bueno era el taponazo y el primer cosquilleo en las narices, y que el resto de la botella era irrelevante... y entonces... y entonces...

Bueno, este relato era una forma de quitarme el cabreo por la faena de los pimientos, comprados con primor y esmero, y que encima costaban un ojo de la cara. Y de exorcizar los posibles efectos secundarios.

Roslyn
11 de octubre de 2006

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