25 de diciembre de 2007

Perversiones de una cincuentona (I)


No tengo Moleskine, ni la quiero. Al diablo con todo. Mira tú para lo que han quedado Hemingway o Picazzo, no coño, Picasso, como dice la publicidad. Vas a una tienda especializada en libros y de Platón te dan referencias raspando, pero la puñetera Moleskine te la encuentras justo al bajar la escalera, casi estorbando. Debe ser para que si te despeñas, lo hagas libreta en mano.

Bueno al carajo con Platón también. Y que conste que es de lo que más me pone últimamente. ¡Cómo está el patio! Una vez más mis calentones intelectuales me duran exactamente lo que tarda un ex-novio en ponerme un mensaje invitándome a una velada cultural para hacerme mil guarradas al atardecer.

El eterno dilema: ¿me gusta leer o es el complemento perfecto entre polvo y polvo? Hay quién dijo que la vida es lo que pasa entre una novela de Le Carré y la siguiente, así que mi pregunta está justificada. Como la respuesta es obvia, paso línea y sigo imperturbable. Pues sí, la perversión existe. Y encima es baratita.

Nunca había reparado en los sujetadores para dar de mamar. Pues sepan, amigas mías, que cuando se llega a cierta edad y se sacan de su sitio las cosas, o como decía mi padre, cuando algo ya no te sirve o te queda “al pedo como oreja de sordo”, empieza la función. Pues mira tú qué complemento más erótico y más apañado. Porque es día de todos los Santos, pero mañana en cuanto abran me compro uno. No me lo quito de la cabeza. Es mi forma de celebrar un día tan señalado. Y no es porque no tenga a nadie a quién llorar. Es que no me quedan lágrimas. Además, si de verdad nos diera por llorar, arruinaríamos el negocio pastelero. Porque no creo que entre lágrima y lágrima de tiempo a comerse tantos kilos de buñuelos y huesos de santo cómo se venden en este día.

Y para remate también me entero por la prensa que lo de morirse ya está en dos mil quinientos euros. Ingenuos. Que a tus allegados les cuestes eso, no deja de ser una ganga. Verás la risa que les entra cuando descubran que sigues debiendo de hipoteca lo mismo que el día que la firmaste. A mi las deudas me dan más punto que los sujetadores de mamar.



Ros LaNuit
1 de noviembre de 2007

Meditaciones

Primera meditación.- El domingo pasado al caer la tarde tuve una revelación. De pronto comprendí que la perfección era posible. Es una opción sencilla que se esconde en el fondo del congelador. Me explico: La mujer perfecta es aquella que por arte de magia, o como si estuviera programada, asocia el domingo noche con sacar los congelados para el lunes. Para ser precisos, pimientos rellenos de atún. De pronto la cara se me iluminó. ¡La vida era maravillosa! ¡Se acabó el soltar como un resorte el teclado del ordenador ante el susto tremendo de ver las dos del mediodía en el reloj y la comida hecha un findus!

Segunda meditación.- La tarde del martes contemplaba con desolación que la bandeja de pimientos rellenos de atún estaba perfectamente descongelada, pero seguía quieta en la nevera esperando un alma caritativa que le hincara el diente. Y entonces lo comprendí. ¿De que me había servido tanta previsión? ¿Cómo una mujer perfecta no había adivinado que el plan de la semana se iría al traste? ¿Como no había previsto que nadie comería ni el lunes ni el martes en casa?

Tercera meditación.- Agarré la bandeja y al grito de ¡así me dé un cólico miserere! me la comí de una sentada. Era mi venganza. Al carajo con la perfección. Con el amor me pasa lo mismo que con los pimientos, como mejor está es congelado. Así ni sientes ni padeces. Por esta misma lógica aplastante, si calientas la cama, te acuestas sola; si compras una botella de champagne de forma inesperada, te la bebes sola; y si va de cena con velitas para dos, que diría mi inalcanzable Sabina, eso, ni lo escribo de puro obvio.

Estas cosas tan trascendentes iban unidas en cadena. Como en una borrachera de imágenes, veía el tampón del champagne saltando por el aire, y entonces comprendía que lo bueno era el taponazo y el primer cosquilleo en las narices, y que el resto de la botella era irrelevante... y entonces... y entonces...

Bueno, este relato era una forma de quitarme el cabreo por la faena de los pimientos, comprados con primor y esmero, y que encima costaban un ojo de la cara. Y de exorcizar los posibles efectos secundarios.

Roslyn
11 de octubre de 2006